Hace pocos días celebramos una fecha especial para muchas personas, el “Día internacional de la concientización y conmemoración de los bebés fallecidos durante el embarazo o al poco tiempo de nacer”, el 15 de octubre.
Y digo que es un día muy especial porque el duelo por la pérdida de un hijo antes de nacer es particularmente solitario y silencioso, aunque poco a poco cobra voz, porque muchos profesionales en Salud Mental ahora comprenden el impacto tan grande que tiene en la vida de una persona y familia.
Gracias al trabajo de muchos años se ha logrado el reconocimiento de este, al menos un día al año en que podemos libremente reunirnos, para conmemorar el recuerdo de los que se fueron demasiado pronto y por las circunstancias que fueran.
En mi vivencia personal y profesional he llegado a la conclusión de que, si medimos la vida en tiempo, quizá 75 años sean demasiado poco, siempre habrá momentos que añoramos compartir con los que se fueron, quizá una boda, un nacimiento, una graduación, y porque no hasta un divorcio, quedarnos sin trabajo, en fin tantas circunstancias de las que está hecha la vida.
De repente podemos añorar compartir con aquel que nos dejó el huequito, el sin sabor, la falta de un recuerdo, de no poder compartir esto, no poder tener su abrazo, no poder sentir su amor; cuánto más con aquellos que se quedaron en la ilusión de nuestra mente y corazón, sin llegar si quiera a poder acariciarles, verles, olerles, escucharles, sentirles.
La pérdida de un hijo antes de nacer
Como le digo a las mamás y papás que llegan a mis talleres o procesos terapéuticos individuales o grupales sobre la pérdida de un hijo antes de nacer, no hay medida en el amor, ni en tiempo, ni en cantidad. Por tanto, es absolutamente razonable que aunque tu bebé estuviera de 7 semanas, su pérdida te duela hasta lo más profundo y necesites tiempo y a veces hasta procesos de acompañamiento para sanar el dolor que se quedó en su ausencia.
Puedo asegurar que es un duelo que merece la misma atención y apoyo que el de una madre o padre al perder a un hijo de días de nacido, de meses, o de años. De hecho, la principal diferencia radica en los recuerdos y momentos que se fueron acumulando en el tiempo que de alguna manera luego se convierten en aliados importantísimos para aprender a vivir con su ausencia.
“Amor y tiempo compañeras de la VIDA, pero es solo la hermana MUERTE quien nos enseña realmente el valor de estas en la VIDA, tanto así que ante la Muerte estas dos se hacen eternas….”
Marcela Fernández, psicóloga
Me atrevería a decir que la mayor angustia de los padres ante la pérdida de un hijo antes de nacer es el temor a su olvido, dado que socialmente e incluso en los círculos más cercanos, no se terminó de concretar la realidad de esos hijos como personas con identidad, unicidad y totalidad, que por tanto su dolor es menospreciado socialmente, como algún invento de la mente.
Unirnos para recordar con amor
Socialmente -incluyendo muchos profesionales en salud- no han comprendido que todo ser humano, sin excepción de tiempo, tenemos y venimos de una historia, la cual inició mucho antes de ser concebidos, historias que merecen ser contadas, historias particulares, pintadas de colores incluido el gris, cargadas de emociones que van desde el amor hasta el dolor y todos los sentimientos que puedan experimentarse en medio.
“Tanto un nacimiento, como la muerte de un hijo, ambas tienen en común que son una experiencia de vida tan profunda y de tan alto impacto existencial que definitivamente la vida jamás vuelve a ser igual… Por tanto, ambas merecen comprensión, apoyo y compasión.”
Marcela Fernández, psicóloga
Darnos la oportunidad como personas y en familia de unirnos para recordar con amor y nostalgia es la oportunidad que sé que muchos desean y anhelan por eso promover espacios, momentos y eventos para esto es, sin duda, un tema de salud y bienestar humano y, por tanto, todo lo que influya en el bien-estar de la persona, influirá en el bien-estar de la sociedad.
Lic. Marcela Fernández, coordinadora del Proyecto Sara Costa Rica